La fotógrafa Mayte Piera realiza un recorrido gráfico por estos edificios icónicos de la Valencia de los 70.
Texto y reportaje fotográfico: Mayte Piera.
Espai Verd y Grupo Residencial Malvarrosa fueron dos edificios nacidos en diferentes épocas, con un contexto social y político distinto y respondiendo cada uno de ellos a unas necesidades concretas y bien diferenciadas, pero con el valor de haberse convertido ambos en hitos urbanísticos y símbolos arquitectónicos de la ciudad de Valencia. Hoy recuperamos la importancia histórica y social que tienen y los homenajeamos a través del ciclo de visitas guiadas que organiza el Colegio de Arquitectos de Valencia.
Año 1973, Valencia, finales de la dictadura. Promovidos por el arquitecto Alberto Sanchis, un grupo de personas de recursos económicos escasos económicos, deciden unirse en cooperativa como única opción de tener acceso a una vivienda digna. Bajo la estrecha vigilancia de la brigada político- social, ponen en marcha el proyecto a pesar de las dificultades. Dos bloques de edificios en la calle San Rafael, en el barrio de la Malvarrosa, con una estructura novedosa y de gran carga social. Un edificio que se va desarrollando en función de las necesidades que plantean sus usuarios.
Año 1987, Valencia, el estudio de arquitectos CSPT, a través del arquitecto Antonio Cortés, impresionado por el concepto arquitectónico que Moshe Safdie puso en práctica en el edificio Habitat 67, construido en Montreal para la exposición universal de 1967, decide crear un edificio de viviendas ajardinadas que se convirtiera en un oasis dentro de la ciudad y donde plasmar una manera de entender el hábitat humano.
La visita
A poco que a uno le interese la arquitectura, lo que es innegable es que L’espai verd es un edificio que llama la atención del viandante. Visto desde lejos es un edificio exento, de curiosas formas geométricas que se eleva en una zona de huerta y en el que la vegetación parece que se apodera de fachadas y balcones. Sin duda, su visión es, cuanto menos, llamativa. Pero a medida que uno se va acercando, no solo va percibiendo la escala, que ya impresiona, sino que va descubriendo detalles que de lejos pasaban inadvertidos, y de alguna manera percibe que lo que va a encontrar en su interior le va a sorprender. Y efectivamente, el interior sorprende, deslumbra y sobrecoge, porque por mucho que uno imagine, nada de lo que ve por fuera hace suponer lo que va a encontrar dentro. A medida que uno penetra en el edificio y va ascendiendo por la escalera, va descubriendo un bosque que nace de las entrañas del edificio y que se va apoderando de los espacios hasta entrar en las viviendas y convertirlas en auténticos oasis urbanos.
Durante la visita, vamos recorriendo el espacio de la mano del propio arquitecto que, orgulloso, va desgranando un interior lleno de auténticas sorpresas y narra la infinidad de soluciones técnicas y arquitectónicas que hubo que aplicar para poder llevar a cabo la construcción de su sueño.
Recuerdo desde siempre que L’Espai verd ha sido un edificio de conflictos que ha provocado opiniones absolutamente contradictorias. Tremendamente criticado por muchos, pero a su vez elogiado y ensalzado por otros tantos. Se podría decir que L’Espai es uno de esos casos en los que la frase “hay que conocerlo para quererlo” cobra su máximo sentido.
Por motivos distintos, pero no exentos de una importante carga emocional, la visita al Grupo Residencial Malvarrosa, sobrecoge de igual modo. Como ocurre en L’Espai, mirar el edificio desde el exterior no da una idea de lo que esconde en su interior. Aparentemente edificios “normales”, los bloques de la calle San Rafael entrañan y preservan historias de reivindicación social y de solidaridad que solo se pueden apreciar desde dentro.
Lejos del concepto del edificio de viviendas habitual, en este de la Malvarrosa impresionan los espacios comunes ubicados en la planta cero (biblioteca, club social, gimnasio y una escoleta infantil que se puso en marcha entonces y que ha estado funcionando hasta hace pocos años) Sorprende la luminosidad que baña los espacios, los colores empleados, la señalética, la estructura a modo de intrincado laberinto, fiel reflejo de las historias clandestinas que sus paredes entrañan.
Aquí es Pablo Sanchis, hijo del arquitecto que los diseñó, el que nos cuenta el concepto y nos habla del proceso y de soluciones constructivas durante la visita. Y una de las cosas que más sorprende y emociona es que las explicaciones de Pablo son frecuentemente interrumpidas por vecinos que, orgullosos del espacio en el que habitan, no pueden evitar contar anécdotas y recuerdos de una época que les marcó. Evocaciones de un pasado de lucha y de una filosofía de vida que hoy en día recuperamos como ejemplo de acción colectiva.
Durante la visita, uno descubre que ambos edificios, aunque por motivos diferentes, han sido siempre “refugios” dentro del entramado urbano, únicamente valorados y apreciados por quienes los conocen. Pero además, y lo más importante, descubre que ambos son el resultado del empeño de dos arquitectos por poner la arquitectura al servicio del ser humano.