El edificio ha languidecido durante más de una década ante la inacción de Administración y vecinos.
Por Paco Ballester y Tomás Gorria.
Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Solo nos acordamos de determinados edificios cuando la sombra de la piqueta se cierne sobre ellos. Porque el Metropol no ha aparecido de la noche a la mañana en el Ensanche de Valencia. Lleva languideciendo desde el incendio que lo asoló en 2001, pese al breve intento de revitalización que supuso Casa Decor en 2006. Como en otras ocasiones, con la amenaza del derribo llega el llanto y el rechinar de dientes, las campañas anónimas de salvación en redes y los intentos contrarreloj de negociación desde la Administración local para salvar lo que se pueda de un edificio que, recordemos, es de titularidad privada y (¡ay!) no goza de grado alguno de protección oficial pese a albergar en su fachada un rótulo, que como Andrés Goerlich confirmó a nuestro compañero Tomás Gorria, es obra del propio arquitecto del edificio, Francisco Javier Goerlich.
Partiendo de la desventaja que supone ser propiedad privada, con un interés decidido desde la Administración, un plan de acción y una partida económica, el antiguo cine Metropol hace años que podría haber sido reconvertido en equipamiento público, en un barrio que carece totalmente de ello. No existe en el Ensanche (y más allá: desde la Fuente de San Luis al casco histórico, desde la playa de vías al cauce del Turia) un centro polideportivo, un espacio de reunión social/vecinal o una biblioteca municipal. Por no existir ni siquiera exista una Asociación de Vecinos del Ensanche que se preocupe de reclamar lo que disfrutan otros barrios. En su día se perdió la oportunidad de convertir los bajos del Mercado de Colón en ese espacio vecinal de referencia. Hoy, y tras el adiós al Metropol, un posible emplazamiento para ese equipamiento público inexistente sería la antigua sede de Iberdrola en la calle Isabel La Católica, vendida por la entidad a empresarios privados en 2003 y que en 2011 ya fue pasto de las llamas. Una sucesión de hechos lastimosamente paralela al del edificio Metropol. La antigua Iberdola continúa degradándose día tras día sin que a nadie le importe demasiado su futuro.
Tampoco deberíamos llevarnos las manos a la cabeza con la situación del Metropol cuando a día de hoy el Colegio Mayor Luis Vives, obra del mismo arquitecto, lleva semanas okupado, sin que la Universitat de València, responsable del inmueble (que lleva cerrado desde 2012 esperando una rehabilitación) haya realizado más gesto que una tibia reclamación en pos del desalojo pacífico de un inmueble que 1) cuenta con grado 2 de protección y 2) está incluido en el registro DOCOMOMO. Ayer le dedicamos una plaza a Goerlich. Hoy, nos despreocupamos de su legado arquitectónico. Curiosa forma de rendir homenaje.
El caso Metropol no debería provocar sorpresa entre los sufridos vecinos de Valencia, teniendo antedecentes sangrantes en la mochila como el Colegio del Arte Mayor de la Seda, abandonado y saqueado durante años hasta la llegada de la Fundación Hortensia Herrero (que también afronta el proceso de rehabilitación del Palacio de los Valeriola en calle del Mar), la Ceramo o Bombas Gens, recuperado finalmente por la Fundación Per Amor a L’Art. Miedo da pararse a pensar en el estado, en un plazo de quince años (el mismo tiempo en que el Metropol fue languideciendo discretamente), de otros emplazamientos emblemáticos de Valencia como Imprenta Vila o La Gallera, en manos privadas en la actualidad.
Hace unos días, la ilustradora y diseñadora Virginia Lorente hacía hincapié en esta entrevista acerca de la falta de cultura patrimonial en la ciudad de Valencia. Una ausencia de aprecio ejemplificada no solo en los edificios que hemos comentado anteriormente, sino en la desaparición inexorable de interiores históricos, rótulos y tipografías (la revista Dúplex 05 incluirá un reportaje de Tomás Gorria al respecto) o el tratamiento de saldo que reciben algunos emplazamientos emblemáticos de nuestra ciudad: esa furgoneta de información turística al lado de la Catedral (den un vistazo, por favor, a los nuevos puntos de atención instalados en Madrid, reciente Premio Porcelanosa), ese Mercado de Colón convertido en mercadillo de paraetas, showcooking o concesionario temporal de automóviles. O esa Plaza de Toros y Estación del Norte bunkerizadas por Fiestas de la Cerveza, ferias espirituales, paradas de comida rápida o cualquier esperpéntico cachivache que permita esconder y rapiñar a vecinos y turistas una de las mejores visuales de Valencia.
Charlando hace unos días con Pepe Gimeno con motivo de una próxima entrevista para la revista Dúplex, el diseñador valenciano (reciente Premio ADCV a la carrera profesional) nos comentaba la necesidad de un cambio educacional que enseñara a mirar, a saber mirar, interpretar y comprender. Porque de ese saber mirar de niños surge en los adultos (vecinos, diseñadores, arquitectos, políticos) el aprecio y la consideración que en ocasiones como la del Metropol echamos a faltar. Porque identificar a tiempo, cuidar y dar brillo a nuestro patrimonio también es salvaguardar la memoria histórica.