La fotógrafa valenciana analiza el trabajo de Dimitris Pikionis en este espacio emblemático de la ciudad de Atenas.
Texto y fotografías: Mayte Piera
El acto de pasear suele llevar implícito el de observar. Tranquilo y sereno, el paseante mira al frente mientras se deleita con el entorno que le rodea. Si además el paseo se realiza por un lugar como la ciudad de Atenas, lo normal es que dirija su mirada hacia las alturas, buscando con sus ojos la colina que alberga una de las mayores joyas de la Grecia Clásica, la antigua Acrópolis.
Aunque ciertamente la Acrópolis ejerce una atracción tal que es imposible no buscarla desde cualquier punto de la ciudad, curiosamente, a medida que uno se aproxima e inicia el ascenso hacia la colina, advierte unos extraños trazos en el suelo encargados de dirigir sus pasos hacia el colosal monumento. Trazos que forman dibujos, piezas que se encajan entre sí creando geométricas figuras de disposición aparentemente aleatoria y que obligan al paseante a cambiar la dirección de su mirada de arriba a abajo. Esta geometría dibujada que a modo de sambori comienza a crear el camino de subida, en ocasiones propicia un curioso juego de la pisada que busca hueco entre los trazos.
En 1951, Karamalis, ministro de obras públicas de Grecia, encargó al arquitecto Dimitris Pikionis la ordenación de las laderas del entorno de la Acrópolis de Atenas. El encargo consistía no solo en el diseño de los caminos que daban acceso al monumento, sino en la ordenación paisajística de todos los elementos que lo rodeaban: organización de la circulación, creación de las áreas de estacionamiento, diseño de los jardines y de las zonas de descanso, selección de la vegetación que rodea el entorno, en definitiva un proyecto global que estructurara el marco que daba acceso a este gigante de la cultura mediterránea.
Consciente de la responsabilidad que suponía crear un paisaje alrededor de la Acrópolis, decidió emplear en ello todo el tiempo que fuera necesario. Como él mismo declaró, había que hacer las cosas bien: “… mi intervención en el área será extremadamente delicada y pesará sobre mí una responsabilidad inconmensurable.” Así pues, las obras, que empezaron en 1954, terminaron en febrero de 1958. Cuatro años de minucioso trabajo no exento de presiones y críticas generadas por insensatas premuras políticas.
Quizá fue su pasión por las artes, la investigación sobre las teorías metafísicas, la influencia que tuvo en él la pintura simbolista o el descubrimiento de la obra de Cezane lo que hizo que Pikionis desarrollara una visión poética del paisaje y una concepción global de la arquitectura. O quizá fuera también su total respeto hacia la historia que le hablaba desde lo alto de la ciudad de Atenas. El caso es que el arquitecto tuvo la sensibilidad necesaria para desarrollar el trabajo con absoluto compromiso y extraordinaria delicadeza abordándolo desde un sutil diálogo entre la memoria y el paisaje.
El recorrido de 800 metros se divide en dos zonas distintas. Por una parte el camino que asciende la colina y que conduce directamente a las puertas de la Acrópolis y por otra, el paseo que enlaza esta con el monte Filopapo, donde las vistas de la ciudad de Atenas y de la propia Acrópolis son francamente magníficas.
Fue también en los años 50 cuando se llevó a cabo la terrible destrucción por parte de las autoridades griegas de una fracción importante del patrimonio arquitectónico ateniense de finales del s. XIX. Sensibilizado ante semejante atrocidad, Pikionis decidió rescatar parte de ese patrimonio y emplear piezas procedentes del material de derribo para construir el pavimento. De este modo ese legado histórico destruido formaría parte del paisaje de subida a la Acrópolis y reforzaría ese diálogo histórico entre el ayer y el hoy.
Aunque en ambos recorridos –el de la Acrópolis y el de Filopapo- el juego es el mismo, la disposición de las piezas y las formas geométricas varían de tal manera que el trazado se va modificando a medida que se avanza. Composiciones regulares dan paso a zonas donde las losas son absolutamente desiguales. En ocasiones, las propias rocas del terreno se cuelan entre los pequeños huecos que dejan los elementos dispuestos por Pikionis a modo de puzle, como si de un enigmático pasatiempo se tratara. Otras veces aparecen elementos de hormigón creando curiosas figuras sobre las que se encajan los mármoles y las piezas cerámicas recuperadas, en un meticuloso trabajo de artesanía.
Los senderos se abren paso entre la vegetación autóctona también diseñada por el arquitecto. Olivos, mirtos y laureles pueblan los alrededores dando sombra al paseante que asciende en su recorrido.
En la subida a la colina de Filopapo se encuentra una pequeña iglesia bizantina del siglo IX, iglesia cuya restauración también formó parte del trabajo de Pikionis.
En su intervención añadió un pórtico de madera, diseñó el trazado del suelo y revistió el edificio con elementos cerámicos siguiendo la misma filosofía que en el resto de la obra. El conjunto arquitectónico, en el que se respira cierto aire oriental, se ha convertido en un delicado remanso de paz y es un lugar ideal de descanso a medio camino en el ascenso a la colina.
En el magnífico trabajo que Pikionis realizó en el entorno de la Acrópolis, arquitectura y paisaje buscan el equilibrio entre lo histórico y lo nuevo. A través de formas y texturas, dibujos y composiciones gráficas, obliga al caminante a ralentizar su paso para disfrutar de la magia de un paisaje completo que lo envuelve y en el que faltan ojos para mirarlo todo. Una admiración por el pasado que establece un diálogo con el presente donde el respeto convierte la alfombra que guía al paseante en una auténtica obra de arte.